Lacuna
La misma sonrisa amarga de quien se supo pleno y ha de hacer las maletas. El mismo viaje astral cada vez que nos dirigimos la mirada. El mismo tacto que tiempo atrás paralizaba el reloj, pero ahora a cámara rápida. Y te vas. Y yo no sé cómo retener el ilógico impulso de acariciarte el cabello, con la serenidad del mar con la arena y la misma ternura con la que una madre recuerda haber visto nacer a su primer hijo. Escenas idealizadas en el escenario que supuso la vida, y tú la musa de cada una de mis obras. ¿Qué fue de aquello?
El segundero no frena, y nos estampamos contra una realidad que nunca quisimos afrontar: la distancia duele más cuando tú eras el destino, y la fortuna no jugará a mi favor en esta partida. Sin embargo, sigo apostando. Apuesto como el ludópata frustrado al que le repitieron demasiadas veces que soñar es gratis. En efecto, llevo tiempo con los ojos cerrados y el delirio acontece como efecto secundario de la falta de luz.
Ojalá nunca me leyeras, porque nada que pueda escribirte llegará nunca a estar a la altura. Y duele que hasta como poetisa te haya fallado, porque prometí estar en las buenas y en las malas. En la abundancia, en la saciedad; y de la escasez, el oasis emocional. Ahora solo me queda la opción de decir adiós. Y me siento como el bebé que se niega a gatear, porque supondrá abandonar los cálidos brazos que le dieron vida.
¿En qué momento pude llegar a creer que algún día se daría? Si no te merezco. Si aun desagrando un corazón que a duras penas late, y aún por ti, jamás podré darte lo que necesitas. Eso sí: velaré por ti toda una vida, y allá donde te guíe el alma, presiona tu pecho. Siénteme.
Lacuna: un espacio en blanco, una parte restante.

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