Ciclos



El mentón siempre por encima de las consecuciones, y las expectativas a años luz de tu anatomía.

Niña, me encantaría poder seguir cuidando de lo poco que queda de ti, pero abultas demasiadas promesas en la torácica, y a duras penas me las arreglo para respirar; mucho menos podemos hablar de tomarnos un respiro. Tú, que solo querías un hombro sobre el que llorar, te has llevado los mayores de los sermones. Tú, cielo, que solo querías jugar. Al final, te relegas al papel de títere. Buscabas que te dieran la razón, algo de comprensión, y te hicieron sentir insensata. Necesitabas amor, o al menos que te permitieran entregarlo. Mas, usaron tus sentimientos en tu contra.

Percibo un brillo fulgurante en tus ojos que me indica que estás dispuesta a luchar, pero la verdadera batalla se libra en tu mente, y los pensamientos se clavan más profundo que las dagas. Te siento tan derrotada como ansiosa, y me da miedo. Me estremezco porque ambas sabemos adónde nos llevan estos arranques de locura. Porque somos cara y cruz de una misma moneda; tan unidas como confrontadas. Diferentes frutos, pero mismas raíces.

Ojalá te hubieran herido tanto como para que no pudieras contarlo. Eso te evitaría unas cuantas lágrimas y todo el proceso de superación; no tendrías que recurrir a desprenderte de partes de ti para adoptar conocimiento (y, en consecuencia, abandonar inocencia). Pero no. Te toca seguir adelante. Al final, queda la cicatriz y algún cristal suelto que sigue hincándose lo suficiente como para que no cierres la puerta al pasado, pero no tanto como para hacer las veces de prueba del delito.

Y el único juicio que se libra es psicológico. Nos encierra en el bucle de siempre: la amarga desazón de asumir que después de la masacre que hubo tiempo atrás, nos hemos quedado atascadas en el mismo bucle. Y vuelta a la recaída.





Comentarios

Entradas populares de este blog

Recitando en la cuerda floja

Los latidos que contuve disimulando que me mirabas

Un sueño en la chistera