Un sueño en la chistera
Hubo un mundo antes del nuestro, donde las fantasías volaban con alas de terciopelo y se acurrucaban en sí mismas al llegar la noche, prendidas de su luz. Un hogar donde los miedos eran oportunidades de vencerlos; y las agallas, la principal virtud del ser humano. Un mundo donde convivían las criaturas más místicas con los más escépticos de una realidad carente de las primeras, la valentía con la solidaridad, y el amor con la fortuna.
Un día, accedí a él por sueños. Había estado muy cansada de esperar tu retorno hasta la fecha, y tenía las ojeras más románticas del mundo. Seguro que las habrías reconocido con facilidad. Lloré en tinta un poema y me abracé a la almohada imaginándola calor corporal. Di vueltas hasta tirar las sábanas, que aún olían a ti, al suelo. Y lancé los calcetines por la ventana rabiosa, cansada de buscar el camino y dar con el callejón sin salida. Hacía tanto calor como en un oasis que se imagina, y tanto frío como en un corazón a la salida de su primer viaje. Me temblaban las mejillas del esfuerzo por sonreírte una despedida, y las manos se me llenaban de callos por sostener de más el lapicero. Me reconocí en aquel sueño sin dudarlo, y quise convertirlo en el fruto de mis anhelos. No pude volver.
La vida después ha sido una ración de recuerdos tras tomar alcohol; las uvas que no conseguiste cumplir en Nochevieja. La noche más larga del año deseando que vuelva un antiguo amor. Tampoco a ello logré regresar.
Pero hubo un día que me retuvo en el tiempo aquella sensación de nuevo. Y de mi imperio, quedaba una magia residual que se transmitió en la inmediatez de su tacto a mi cuerpo; reconociendo en él los sueños que abandoné a tu vera el pasado invierno. Esquirlas de la esperanza de aquel mundo viejo.
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