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Mostrando entradas de junio, 2021

La M-31

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Tenía varios nudos en la espalda y uno inmenso en la garganta mientras yo usaba aquello como excusa para arrastrar los dactilares sobre cada lunar que adornaba su espalda. Definitivamente, quien les dio nombre no entendía que eran solo estrellas, pues la verdadera luna se escondía en lo celestial de su mirada. Mi madre siempre me había dicho que yo era una niña de la luna, y aún no recuerdo otro lugar al que denominar hogar más allá de sus ojos. Le llamaba "cielo", pero con una significación mucho más profunda que la de todos aquellos que quisieron seguir nuestros pasos sin nunca contar con nuestros zapatos (por no hablar de sus ansias por alcanzar la meta). Quien sepa de astrología entenderá cuando digo que mi Mercurio ahora se niega a hablar otros lenguajes de amor que no correspondan con sus inquietudes, y que mi Venus sigue rondando en torno a él (muy a pesar de lo que aleguen los astrónomos). Ahora sé que eras escéptico a mis creencias y tú, más cabeza que corazón, más d...

Aprender a soltar

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Un día le sostuve la mano al miedo. Me miraba como quien no ha visto nunca, sin complicaciones. Me abrazó con el brazo que le quedaba libre y sentí refugiadas todas mis dudas; protegidas bajo una capa traslúcida de incertidumbre. Las moralejas de los cuentos de hadas eran entonces dogmas, habiendo sufrido (una tortura deliciosa sabor miel) una metamorfosis que envidiaban todas esas mariposas que algún día germinaron en mi estómago (y que, a diferencia de este, me abandonarían dando lugar a un vacío silencioso e imbatible). "El riesgo te ha roto" solía susurrarme al oído mientras me acariciaba la mejilla. Y me embelesaba como el amante tan contradictorio que pretendía internarse en tu cuerpo para que te abandones a ti misma, y no a otro. Es curioso: cómo un miedo infundido por las advertencias de otros se volvió tan mío que me impulsaba a envidiar a aquellos que se atemorizaban de lo que para mí ya era rutina (las drogas del corazón y otras sonrisas). Me hablaba sin tapujos y ...

El hilandero de cicatrices

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Él no lo sabía, pero tenía unas pestañas que abanicaban mi sofoco por un verano que aún no había llegado. Mis ganas de salir volando a pesar de adorar la cuerda que me retenía al suelo y era él. Romper con nuestro vínculo y ser libre en un olvido que me consumiría conforme él se tornaba una difuminada silueta de mis sueños inalcanzables. De todo lo que quise que fuéramos sin razonar. De todo lo que lo quise sin pensar. De que él me enseñó a no racionalizar mis sentimientos, porque me educó en sentir. Y cómo siento ahora su pérdida. Hiló puntos de sutura a unas cicatrices mías cuyo agresor ni siquiera conocía, y a ciegas por no permitirle yo ver más allá del relieve. Sin profundizar en una herida que era tan honda como un precipicio a la muerte: la de la niña que yo solía ser. Sin embargo, rescató fragmentos de ella que ni siquiera recordaba haber conocido yo personalmente. Me tendió la mano aun sabiendo que parte de él se hundiría por permitirme escapar de mi propia jaula, sin saber yo...