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Un sueño en la chistera

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Hubo un mundo antes del nuestro, donde las fantasías volaban con alas de terciopelo y se acurrucaban en sí mismas al llegar la noche, prendidas de su luz. Un hogar donde los miedos eran oportunidades de vencerlos; y las agallas, la principal virtud del ser humano. Un mundo donde convivían las criaturas más místicas con los más escépticos de una realidad carente de las primeras, la valentía con la solidaridad, y el amor con la fortuna. Un día, accedí a él por sueños. Había estado muy cansada de esperar tu retorno hasta la fecha, y tenía las ojeras más románticas del mundo. Seguro que las habrías reconocido con facilidad. Lloré en tinta un poema y me abracé a la almohada imaginándola calor corporal. Di vueltas hasta tirar las sábanas, que aún olían a ti, al suelo. Y lancé los calcetines por la ventana rabiosa, cansada de buscar el camino y dar con el callejón sin salida. Hacía tanto calor como en un oasis que se imagina, y tanto frío como en un corazón a la salida de su primer viaje. Me ...

Recitando en la cuerda floja

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Mi niña era tan traviesa que se atrevía a asomarse al amor, aunque le diera miedo. Tan torpe que se tropezaba con sus sentimientos en cada carrera hacia el olvido. Jugaba por diversión y no para recompensa; siempre le gustó más el proceso que aceptar un final, aunque fuera bueno. Leía hasta desteñirse en palabras y dar vida a todos esos personajes que la envalentonaban a ser mejor. Rechinaba los dientes si el amor era frío y se fundía en promesas al llegar el verano, porque se sentía tirana cuando soplaba dientes de león (y les arrebataba no tanto la vida como la vitalidad). Era dulce como un melocotón después de pasar un día sin humedad en la playa. Abrupta, honesta, rebelde, salvaje, vital. Libre. Era caos y abrazaba la palabra cuando sentía asomarse al invierno. "Cada uno busca calor a su manera y se destroza la vida con las manos que más le embelesen" repetía. Había sobrevivido a innumerables noches en vela, a ser una soñadora innata abandonada a su suerte en un mundo rea...

Azul

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Quería dejar rastro. Ser la huella en la arena que se desliza en el borboteo de una ola; el beso en los labios de quien no lo repite por querer sostenerlo un rato más. Ella, tan chispeante de emoción, repleta de motivos e inhibida de límites. Tan abrupta, libre, caótica y volátil. Se había perdido millones de veces en su mente, en el amor, en la distancia; pero nunca en el olvido. Se rescataba con soga corta de la indiferencia y aún más de los indiferentes. Se cernía sobre la noche como una luna que mengua, y sobre su propio cuerpo como la que lava la ropa en el río de la suciedad de la noche anterior. Y fluía como la sangre, y daba vida y la arrebataba en partes iguales. Ella quiso morir siempre una noche de invierno; tan pálida, sonrojada en sus zonas más frágiles y gélida como el silencio en respuesta a un "te quiero". Se sentiría bien dormir para siempre en el mes que menos deseaba y que más permitía que durara: diciembre. Se sentía bien hibernar con la promesa en la punt...

Cuídate

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El cielo azul y despejado de las primeras veces. No lo conocí hasta no conocerme primero; darme las ganas más que la oportunidad, la esperanza más que las ansias. Darme todo lo que otros me habían quitado, y reconstruirme pulida de los arañazos de ellos hasta alcanzar la cima como un árbol (porque pulirme a diamante siempre había sido la opción fácil, y con otros prefería hacerme la difícil). Mudaba las hojas cada otoño y me mudaba de mundo al de los ojos más bonitos siempre, y nunca a los que mejor me miraran. Quizá nunca quise que me vieran. Quizá invisible era más fácil meter la pata sin que nadie quisiera pisármela en el intento, y frustrar mi apuro por caer en algo que no fueran los viejos vicios. Y el amor. El sol cálido, nunca abrasador de finales de verano. La piel dorada y el corazón frenético tras el abandono de un viejo recuerdo que aún era reciente aunque no pudiera permitirme verlo así. Lo que sucedía en el estío siempre resultaba lejano al llegar el otoño; como quien pasa...

Los latidos que contuve disimulando que me mirabas

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Nunca he sido de esas que se desangran de amor por otros ni hacen transacciones para salvar vidas de corazones dormidos. Nunca he sido de las que te lloran que vuelvas las lágrimas que contuvieron cada día a tu lado (y que, por tanto, provocaste tú). No he sabido besarte las heridas porque tengo vértigo a la caída, y he volado demasiado alto para retroceder arrodillándome a tus pies. Nunca fui la que te enseñó la mejilla derecha para que le escupieras la izquierda en cuanto miraba a otros. Nunca fui la que te lo pidió, nunca la que lo demostró, pero sí la que realmente esperaba que te quedaras. Ahora te escribo en Morse por si sigues ciego de amor por otra. Ahora vivo en un ayer constante que es escéptico de futuros sin ti. Él, no yo; que yo no te echo de menos. He escrito este poema sin pensar en nadie que no sea yo misma. Y lo más triste de todo es que sé que te encontraré al girar la página; justo en esa esquina que corta y hace herida. Pero todavía no sé quién es mi musa para estas...

Cuento para después de dormir

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Fui coronada princesa del desamor con la esperanza de que llegaras y me salvaras. No entiendo de principios, pero comprendo que te fueras. Siempre fuimos un final a medias tintas por si eso me permitía volver a describirte un poco más bonito que la última vez. Pero no me inspiras tanto. Al final del día, yo soy noche y tú tienes un insomnio tan dolorosamente adictivo que nunca me podrías haber querido más allá de tu adicción. Porque te hacía daño, y dos no quieren si uno no puede (¿o no era así?). Ahora, me miro frente al espejo como lo hacías tú cuando aún no me conocías. Precisamente, porque me conozco y soy mejor. Debí haber sabido que no funcionaría en el momento en que apretaste fuerte el gatillo y solo me preocupó que te hicieras daño. Vaya una cínica de amor para otros. Debería darme vergüenza, a mí, que siempre fui la protagonista de mis cuentos para contarlos en primera persona y que entendieran mejor mi dolor. Desgraciada no mucho, pero desagradecida vengo siendo para rato si...

De cuando el caos se abrazó al orden

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Se enamoró de mi libertad. De cuando me contemplaba sonreír entre otros brazos y abrazarme a la decadencia con cada trago. De la ausencia de reloj en mi muñeca, mis mejillas infladas de felicidad y el amor que surcaba mis ojos cuando hablaba de mí misma. Se enamoró de que fuera independiente como la misma nieve, que solo se derrite ante el sol si este antes la acaricia con persistencia. De que fuera la gata que se acurruca entre otros brazos, pero regresa a los tuyos cada noche si le ofreces un poco de pan. De que me llevara la mano a la boca cuando algo en otros me incomodaba, sin mostrar atisbo alguno de vergüenza por mis demostraciones emocionales en público. Se enamoró de que nunca lo viera, de que pudiera pasar por alto sus defectos a raíz de mi indiferencia. Y cuando lo observé de vuelta, no supo qué hacer. Y yo me enamoré de que me venerara con fingida paciencia, de que entre todas esas penitencias de muerte contenidas en mis suspiros, se quedara con la sonrisa poco creíble de d...