Recitando en la cuerda floja
Mi niña era tan traviesa que se atrevía a asomarse al amor, aunque le diera miedo. Tan torpe que se tropezaba con sus sentimientos en cada carrera hacia el olvido. Jugaba por diversión y no para recompensa; siempre le gustó más el proceso que aceptar un final, aunque fuera bueno. Leía hasta desteñirse en palabras y dar vida a todos esos personajes que la envalentonaban a ser mejor. Rechinaba los dientes si el amor era frío y se fundía en promesas al llegar el verano, porque se sentía tirana cuando soplaba dientes de león (y les arrebataba no tanto la vida como la vitalidad). Era dulce como un melocotón después de pasar un día sin humedad en la playa. Abrupta, honesta, rebelde, salvaje, vital. Libre. Era caos y abrazaba la palabra cuando sentía asomarse al invierno. "Cada uno busca calor a su manera y se destroza la vida con las manos que más le embelesen" repetía.
Había sobrevivido a innumerables noches en vela, a ser una soñadora innata abandonada a su suerte en un mundo real (tanto que dolía) y a la certeza de haber perdido al amor de su vida. "No era para tanto" reiteraba hasta el cansancio (por si así se lo creía). Había sobrevivido a no querer sobrevivir, y eso decía mucho más de ella. Y era tan fuerte que se veía débil ante un espejo; fuerte porque lo admitía, que es bastante más de lo que otros hacen.
Un día, la recogí empequeñecida -entre mis manos callosas- del olvido. Se estaba perdiendo a sí misma. Entonces, se rascó los ojos y me preguntó si ya había llegado, si aquel era "Un Lugar Mejor". Estaba preciosa y nunca lo habría podido ver, mi pobre angelito desamparado. Se asomó al acantilado de mis dactilares y miró aquel abismo que daba a mis pies. Imagino que no vio mucho, pues quedaba muy lejos de su alcance; sucede igual con los grandes amores una vez que uno los otea desde la distancia. Y yo no podía atesorarla entre algodones, porque nunca me pude permitir hacer de su vida un escaparate. Tendría que pulirla primero.
Ese día, le prometí escribirle un cuento que no terminara nunca, para que no volviera a querer dormir para siempre. Y hoy, con orgullo, cumplo sentencia por ello.
Comentarios
Publicar un comentario