Cuídate
El cielo azul y despejado de las primeras veces. No lo conocí hasta no conocerme primero; darme las ganas más que la oportunidad, la esperanza más que las ansias. Darme todo lo que otros me habían quitado, y reconstruirme pulida de los arañazos de ellos hasta alcanzar la cima como un árbol (porque pulirme a diamante siempre había sido la opción fácil, y con otros prefería hacerme la difícil). Mudaba las hojas cada otoño y me mudaba de mundo al de los ojos más bonitos siempre, y nunca a los que mejor me miraran. Quizá nunca quise que me vieran. Quizá invisible era más fácil meter la pata sin que nadie quisiera pisármela en el intento, y frustrar mi apuro por caer en algo que no fueran los viejos vicios. Y el amor.
El sol cálido, nunca abrasador de finales de verano. La piel dorada y el corazón frenético tras el abandono de un viejo recuerdo que aún era reciente aunque no pudiera permitirme verlo así. Lo que sucedía en el estío siempre resultaba lejano al llegar el otoño; como quien pasa de página y olvida que no le gustaba la portada de aquel libro al que ahora se aferra como un salvavidas. De mis vidas, todas menos la última por si aquel recuerdo retornaba y podíamos revivirlo. La música antigua; la música de infancia y los balones que te tocan la pierna y aún te hacen sentir viva. Los balones de fútbol; los que me recuerdan esa memoria que creía perdida y tengo escondida en la punta de la lengua, por si vienes y me la arrancas de un beso. Siempre es la fe la que hace al ciego. Siempre es el saludo el que estrecha el vínculo. Y si no hubiera dicho "hola"... y si no hubiera dicho "adiós".
Aquel río que hacía gárgaras al arreciar la tormenta de principios de septiembre. Septiembre como una cuna, mi cuna: septiembre que me dio vida y me la quitó al desconocer a mi primer amor, en el mismo mes en que lo conocí. Septiembre como cumbre, vida y muerte. Yo. Yo despeinada, deslenguada, desdentada por si Pérez se apiadaba de mí y me regalaba algo que pudiera mantener. Yo perdiendo todo para enseñarme a la fuerza la importancia del cuidado, yo arrancándome el amor como si se tratara de una arcada o una espinilla (como la adolescencia sentimental que se quiere conservar eterna en forma de mariposas). O la espinita del que pudo y no quiso, y ahora quiere. También fui el capricho.
Y me dijo "cuídate" y entendí la palabra por primera vez. Porque me pregunté cuánto me había tenido que descuidar por dentro para que se notara por fuera. Y me dijo "cuídate" y lloré.
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