El hilandero de cicatrices
Él no lo sabía, pero tenía unas pestañas que abanicaban mi sofoco por un verano que aún no había llegado. Mis ganas de salir volando a pesar de adorar la cuerda que me retenía al suelo y era él. Romper con nuestro vínculo y ser libre en un olvido que me consumiría conforme él se tornaba una difuminada silueta de mis sueños inalcanzables. De todo lo que quise que fuéramos sin razonar. De todo lo que lo quise sin pensar. De que él me enseñó a no racionalizar mis sentimientos, porque me educó en sentir. Y cómo siento ahora su pérdida.
Hiló puntos de sutura a unas cicatrices mías cuyo agresor ni siquiera conocía, y a ciegas por no permitirle yo ver más allá del relieve. Sin profundizar en una herida que era tan honda como un precipicio a la muerte: la de la niña que yo solía ser. Sin embargo, rescató fragmentos de ella que ni siquiera recordaba haber conocido yo personalmente. Me tendió la mano aun sabiendo que parte de él se hundiría por permitirme escapar de mi propia jaula, sin saber yo el daño que ejercería sobre él. Sin nunca haber deseado dañarlo. Pero sus ojos azules eran tan cristalinos que yo nunca llegué a distinguir si lo de aquella noche habían sido lágrimas o simplemente una apertura de una ventana nueva a su corazón.
Siempre quise infiltrarme donde él me permitía paso libre. Siempre quise colarme a hurtadillas para ver más allá de lo que él me quisiera mostrar, pues las personas que había conocido hasta entonces no hablan en su mismo idioma y solo comprendían de cortesía, cuando él siempre me ofreció un hogar. Por colarme, sintió traicionada su generosidad y agachó la cabeza para no mirarme nunca más. Desde entonces, mi calzado es mejor y mi maquillaje, más descuidado. Ya solo importa la huella que pueda dejar, los pies que atisba alejarse desde la convicción de qué es correcto, aunque siga deseando que rechace la idea tanto como yo.
No era nuestro momento para tejer una historia, hilandero. No obstante, sí tejiste en mí todas aquellas aperturas que me impedían amar, y por eso te digo adiós desde el corazón que aún te anhela, siendo esta mi primera declaración para ti (también la última). Te quiero mucho, no lo olvides.
Si tú también, tampoco me olvides a mí. Te seguiré esperando en cada puntada que des a partir de hoy sobre otras pieles que no sean la mía, y que sin necesitarte como yo, ofrezcan mejor acceso a la herida.
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