Alani




Las gotas del grifo retumban en la bañera. La tubería está atascada y el agua que se encharca me recuerda a las historias que nunca alcanzaron su nudo porque nadie se atrevió a aportar la cuerda (que solo es floja cuando uno no quiere).

Hubo una sonrisa capaz de desvestir las dudas al mostrar un travieso hoyuelo. Se desnudó el alma y, frío el sentimiento, comenzó a recitar. Hacía tiempo que sus manos no temblaban como lo hicieron aquella vez. "Fue conexión instantánea" explicaba a la par que dejaba escapar un resoplido mientras seguía escribiendo en las entrañas de aquel bar. Nunca se le había visto tan atareada por aquellos lares, como un sueño que luchaba a contracorriente con el deseo de ser cumplido. Nunca tan guapa, con mechones que escapaban de su coleta y suspiros que los apartaban como las brisas primaverales tienden a hacerlo con las margaritas.

Algo de aquella noche de finales de invierno ardía en todos los que allí nos encontrábamos más que la fogata más intensa de principios del mismo. No sabría explicar si se debía a las rondas de chupitos a las que nos había ido invitando a lo largo de la velada con la esperanza de así vernos desaparecer de un momento a otro, o si al álgido momento en que estás seguro de que una estrella fugaz va a pasar, porque llevas horas con esa meta que nunca terminas de entender cómo formular en la punta de la lengua.

Hicimos un corrillo alrededor de ella y observamos cómo deslizaba su lapicero por el folio. Las ramas de los árboles golpeaban en los ventanales, furiosos por no estar siendo teñidos en poesía. La punta redondeada, una goma intacta a su lado (pues siempre se negaba a borrar los errores, a pesar de que yo lo siguiera intentando). La respiración frenética de quien sabe que está por llegar al fin de un ciclo; la sonrisa de medio lado de quien se conforma con haber participado.

Por fin, cuando parecía a punto de terminar, rompió en pedazos el papel. Sonrió mientras fijaba su vista en un cielo inexistente y apoyó sus manos sobre la mesa a la par que se levantaba de un brinco.

"No lo merezco. Nunca lo hice". Y se marchó.

Hay quien dice que un caballero asomó entonces la cabeza por el umbral de la puerta, y quien opta por finalizar el relato como una metáfora de amor propio. A fin de cuentas, siempre clasificamos las historias en base a lo que nos conviene demostrar a partir de ellas. No obstante, hay algo que todos los allí presentes observamos: que ella se marchó sola.

Y que, a pesar de que la primavera fue larga y el verano nos llenó de nuevas anécdotas que esbozar, no regresó.





















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