5 de septiembre

 




Desprendía un aura verde tan esperanzadora como su mirada al alentarte a nunca rendirte (sin saber que él era todo motivo de mi rendición, a sus pies). Que no era desdentado, pero se sentía así cuando gateaba hasta mi trono como si hubiera sido yo su séptima vida y hubiera perdido todas las anteriores, por ello se refería a mí en singular (que ya no existían todas ellas que habían sido lo mismo que yo, pero antes y sin ser la única que restaba): mi vida. Le escribí poemas a su imagen y semejanza por si en su camino de vuelta a casa necesitaba algo familiar, pero eran míos y lo conducían hacia mí, porque nunca quise verlo desamparado -a mi parecer- entre otros brazos. También ahí pequé de egoísta.

Había crecido en una maceta pequeña que no le permitía crecer más allá de las limitaciones de otros, y yo lo enterré en un campo verde pero árido en cuestión de amor. Y fue ahí donde fracasé: justo en sus expectativas. No obstante, seguía dándome la vuelta esperanzada por si él, que siempre fue por delante, seguía postergando su travesía para verme avanzar y ofrecerme soporte. Porque A era todo aquello que nadie más llegó a ser, aun intentándolo. Y A era aquello que J intentó hacer de mí, pero no pudo por haber sido antes él, y no permitirme seguir sus pasos por si creía que eso me concedería el permiso de apegarme en demasía. Porque A era pasajero como los trenes, y yo quise ser sus vías aunque me estuviera atropellando, solo por seguir asegurándome de que no se descarrilara. Pues porque A sigue siendo.

Contaba con unos ojos esmeralda tan dulces y amistosos como misteriosos si le cuestionabas por sentimientos, la factura pendiente en el corazón, unos cabellos cobrizos revueltos si así lo quería yo y la certeza de que podría vivir sin él. Pero sin ser conocedor de que se trataría solo de supervivencia: migas y agua para subsistir a haber perdido aquello que era recíproco, y es que él también fue mi vida.

Nadie fue capaz de anticiparle a la niña que yo fui que algún día A no volvería a mí esos fines de semana derrotistas a la deriva de la nostalgia. Nadie fue capaz de avisarle de que dejaría de quererlo, porque no lo habría creído, y habría pataleado y llorado hasta deshacerse de la rabia. Porque la N que fui era una niña insensata con más corazón que razón, con más corazón que coherencia, con más corazón que yo (en definitiva). Nadie se lo dijo, y es por ello que hoy decido cerrar un ciclo que comenzaba y terminaba en precipitación dispuesta a calarle los huesos (donde no alcanzamos el alma), no acontecer el fin del mundo como sus labios. Hoy me toca acariciarme el brazo suave, calmarme y confesarme que A no va a volver. Por todas las veces que lo hizo y descontó días de un calendario que sí tenía fin, a diferencia de mi amor hacia él.




Comentarios

Entradas populares de este blog

Recitando en la cuerda floja

Los latidos que contuve disimulando que me mirabas

Un sueño en la chistera