Alcohol
La vista nublada y los sentimientos en guerra son lo que caracteriza a los sábados ahora que ya no estás. La insulsa tapadera que me lleva a querer demostrar a todo aquel que me contempla que la vida sigue después del precipicio, aunque ya no recuerdes cómo volar.
Valor es lo que me hizo falta la última vez que te vi para confesarte toda la verdad. Coraje para aliviar la sed, y algo de alcohol como poción de sinceridad. Pero qué te voy a contar a ti de pócimas si has hechizado más corazones que yo impregnado versos. Qué te puedo contar a ti cuando contaste -y constata- que con todos menos conmigo, que había prometido siempre permanecer a tu lado.
Ahora, el etilo corre por mis venas y las penas se vuelven de acero, llevándome a arrastrarme por el recuerdo de lo que fui. La sonrisa fugaz no es más que escudo, y este poema una espada que a duras penas recuerdo cómo blandir. Tanto te quise que en ti derretí mi poesía, y ahora, más muda que sorda (por eso de escuchar que ya no confiabas en mí y recaer en el silencio), siento que he olvidado la estrategia de escribir.
Una copa de vino alivia, pero a la quinta te estoy viendo partir. Y duele tanto que no te marches a pesar de los escombros, duele que tenga que imaginarlo porque ninguno de los dos se está atreviendo a dejar ir, que con la sexta ruego morir. Y no muero porque me sigues dando vida, y como paciente terminal que se aferra al último soplo de oxígeno, busco tu mano en medio de la multitud para asegurarme de que mi pulso sigue aquí.
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