Chewing Gum
Me lo han preguntado en varias ocasiones, y hasta hoy no me había decidido a decir la verdad sin escrúpulos. Quizá no quería admitírmelo a mí misma; es probable que buscara ocultarlo a ojos de los demás. Cabe la opción de que realmente no lo viera, como de que no hubiera reflexionado lo suficiente al respecto.
¿Que por qué me marcho con tanta facilidad de la vida de los demás? Sencillo: porque prefiero morir siendo la "sin moraleja" a haber vivido bajo el sobrenombre de "error" (o karma, tal vez).
Quiero ser inmortal, y que cuando la mires seas incapaz de no recordar cómo yo te observaba. No espero menos que tu sorpresa al descubrir en el reflejo de sus ojos cómo siembra una duda que hasta el final de vuestros días persiguiendo el infinito abarcará su mente: "¿qué tuvo ella que jamás tendré yo?".
Hoy vengo a responder esa pregunta para todo aquel al que he conocido, pues sé que un "adiós" en mi caso nunca es suficiente; es inevitable verme doler y doler conmigo. Una noche, entre chicles y bromas de mal gusto, recuerdo confesarle a un amigo por qué nunca olvidaré a mi primer amor. "Se fue, y no llegué a tener tiempo suficiente para conocerlo del todo" habría susurrado con la vista fija en los astros etéreos de un cielo de verano.
Ésa es la clave: el misterio. El misterio aviva el sentimiento, y es por eso que las relaciones tienden a morir con el tiempo.
Aquel chico de ojos esmeralda y mechones cobrizos, quien me habría acompañado en noches de chicle y estrellas -como me gusta llamarlas-, y que seguiría haciéndolo si pudiera, me impartió las más hermosas de las lecciones. Entre ellas, las siguientes 2: que marcharse sin despedirse no es justo, pero que es necesario si -como Augustus Waters- no te decantas por rendirte ante el olvido.
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