Katrina




La chica de las mil primaveras en la cabeza, de los cientos de pájaros en mano y del as bajo la falda era tan similar al cliché de protagonista del cuento que pasaba desapercibida entre la multitud. 

Jugaba a bromear con verdades universales cuando alguna mirada despistada se clavaba en sus pupilas durante demasiado tiempo y le gustaba acariciarse los lagrimales en señal de redención. A veces, era capaz de sincerarse, y Katrina volvía a hacer presencia en cada mente que escogía eclipsar. 

Tendía a desabrocharse el corsé y los miedos cuando sentía que se acercaba la noche, pues rendir culto a la luna era un acto de lealtad que ninguna restricción habría alcanzado a comprender. En sus ojos, chapoteaban alegres los rostros de personas que nunca llegó a entender que no volvería a ver. Y, muy de vez en cuando, cuando el reloj daba las 11:11, decidía recurrir al autoengaño y pedir un deseo, que no era sino el mismo de siempre: "que vuelva".

Solo lloraba frente al espejo, porque era consciente de que él era el único que jamás le mentiría. No necesitaba premios de consolación, ni formar parte de algo superior a sus expectativas; nunca exigió mayor ofrenda que un acto de valentía. Y, sin embargo, a corazón batiente pronunciaba siempre la misma oración: que los olvidaría.

Mi princesa de barrio y estrella guía: qué triste se ve Gran Vía ahora que ya no estás. Le echo un pulso a este instante insulso en que asumo que no regresarás, pues el caos en mi vida es sólo rutina desde que te vas y, esta vez, no me queda otra que dejarte marchar.



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