Solace





Por todos ellos. A los que están y estuvieron. Pero, ante todo, por mí. Por seguir custodiando sus victorias, aunque sea alejada de las gradas.

El Chico de Cuento tenía unos ojos tan claros que la misma savia parecía pigmentada a su lado. Asustaba a los realistas y aliviaba a los pesimistas. Era un cambio de tuercas tras la ruptura, la frescura de un oasis en medio del desierto. Tan idílico como trascendental para mí. Tan perfecto como idealizado. Y el que en otra vida fue, o será, el amor de mi vida. Simplemente, no en esta.

La Niña de Labios de Fresa, siempre atenta a los más mínimos detalles. Siempre buscando conocer más. Tú y yo seremos siempre eternas. Porque acabo donde tú empiezas, y cedo todo el espacio que necesites para verte crecer. Porque ojalá te hubiera abrazado más fuerte, y me hubiera podido quedar a tu lado el tiempo que ambas queríamos. Algún día... algún día llegaremos a ser. Créeme, porque yo cumplo lo que prometo. Y te prometo que te buscaré.

El Principito. Y se me acaba de ocurrir el apodo. El que te hace ver todo desde otra perspectiva, y se cuestiona tanto como te hace hacerlo a ti. Mi mano derecha y mi talón de Aquiles. Porque si él cae, yo voy detrás. Porque, al fin y al cabo, somos dos caras de la misma pieza de Dominó. Sin él no soy. A él me une un vínculo mayor que la sangre o las circunstancias: el alma. Y ahora que está de moda decirlo: donde siembras tu semilla a pesar de que sabes que la lluvia no caerá, a pesar de que te pueda llegar a tocar regar con lágrimas, ahí es.

Si mi vida fuera un relato, esos serían sus personajes principales. Los que, pase el tiempo que pase, siempre permanecerán en mi corazón. A todos ellos me une la satisfacción de poder decir que entregué todo de mí y salió bien. Porque en el momento en que eres capaz de ver marcharse a quien más quisiste, y se te iluminan los ojos al pensar en la felicidad que les espera en el camino, aunque ya no sea a tu lado, sabes que has ganado todas las partidas.



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