Venus
Recuerdo que aquella tarde me llegaste con el pelo recién cortado. Te disculpaste por haberles hecho eso a tus rizos, porque sabías que me gustaban; y yo no pude sino negar con la cabeza y sonreír. Me gustabas así, pero también antes y, en conclusión, me gustarás siempre. Es que te disculpaste permitiendo que asomara un hoyuelo que ya de por sí anticipaba tormenta. Y, en ese preciso instante, las nubes y el cielo tronando me dieron la razón. También rugían los leones de mi estómago, y eso por no hablar de las mariposas en el corazón.
¿Cómo lo haría para atreverme a olvidarte si fuiste tú quien me ayudó a olvidar el daño que ayer me consumía? Y es que caminabas con un desgarbo que poco entraba en sincronía con tu disposición a alcanzar todas y cada una de tus metas, dando pequeños saltitos como el niño emocionado que sabe lo que se viene. Y lo que se venía era yo: el caramelo de un desconocido que sí te habrías atrevido a probar, pese al intento desesperado de tu madre por advertirte al respecto. Era demasiada la tentación, y aún más suponer que yo significaba eso para ti. Y tanto más. Y tanto más que habríamos confesado si hubiéramos sido valientes.
Tropezabas porque estabas perdido en mi mirada, y fuimos a tomar un café para restarle importancia al momento en que las estrellas se habían alineado para vernos coincidir, siendo que ellas ya se estaban alejando y sabían que nosotros no éramos sino su reflejo. Que nuestros caminos divergirían, aunque la estela restara para siempre. Que esos astros seguían buscándose las cosquillas, ahora desde la distancia, y les dolíamos porque éramos lo que fueron. Y porque también dejaríamos de serlo, aunque el rastro de habernos cruzado con la persona indicada y no haberla sabido retener con más firmeza fuera a señalarnos el alma toda la vida. Como la ganadería que pertenece a una casa; la vida que pertenece. Junto a otra.
Tanto dulzor no coopera en más que no sea amargar la pena, pero es que la lluvia también nos quiso sentir en el momento en que fui a despedirme y me hiciste darme la vuelta. Cuando yo acepté quedarme un ratito más (concretamente, toda la vida en un corazón que aún no latía por mí, aunque algún día sueño con que llegara o llegará a hacerlo). Y el resto quedará en nuestra memoria. Y el cargo en la conciencia.
Que ojalá seas el niño desobediente que se escapa corriendo y cruza la carretera sin mirar, porque no te atreves a verme marchar de nuevo. Y me prometes que por mí aceptarías el caramelo por y para siempre. Que no me vas a desconocer nunca más.
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