Nazlanmak
He vertido en ti tanto de mí que te siento como la tubería que se atascó intencionalmente para no dejarme entrar. Es curioso cómo quien te elevó al cielo sin necesidad de pintarte estrellas, se esfuma al llegar la noche. Y es que tienes un toque de queda en el corazón que sigue sin saber cómo explicarme que me vaya, que no me quieres. Aunque tal vez te habría gustado. Que ojalá no leas nunca los poemas que te dediqué para que no te sientas identificado y te tenga que explicar que de nada sirvieron las advertencias. Me enamoré como si me lo hubieras pedido, pero no me veo en posición de pedir explicaciones. Tenías razón.
Sí, supongo que sí. Sigo siendo la piedra con la que se tropiezan mis ilusiones cuando no me correspondes, los pétalos que caen para demostrarte que no fui suficiente como para romper tus expectativas; la pregunta que nunca formulaste por no interesarte la respuesta. Soy la misma incógnita que jamás llamará tanto tu atención como para que la resuelvas. Que no soy un problema y sigo pidiéndote soluciones. A fin de cuentas, estoy siendo irrelevante para quien me rompió los esquemas, y no sé cómo lidiar con ello.
Espero que algún día tengas las agallas de volver aunque yo no vaya a estar aquí para verlo. Que me voy en el momento en que digo adiós, y esto no es sino una despedida. Pero no me entiendas, por favor: no me leas entre líneas que sigo esperando que cambies de opinión. Si tu mejor argumento siempre será mi propia cabezonería, aunque siga sin admitirlo. Es más, ya no les menciono tu nombre porque mis ojos lo dicen todo. Que no me preguntan porque les confesé que no te gustan los interrogatorios, y a las muertes se las respeta. En este caso, la tuya.
Ojalá vuelvas. Ojalá vuelvas para darte cuenta de que este amor no se esfuma de la noche a la mañana, y que sigo sin pasar de página en el calendario por miedo a que amanezca. Y no recuerde que ya no estás.
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