Souvenir sensorial
Empiezo todos mis poemas con la esperanza de acabarlos sin referirme a ti más de la cuenta, porque ya me he acostumbrado a la vieja dinámica de proponerme escribir sin pensarte y que la tinta sangre tu nombre. Es más poético decir que le dueles a ella que a mí, y la verdad es que no comprendí cuánto te quería hasta llegar a contar veinte poemas en que, sin haberte nombrado, tu esencia se intuía. Algo así es el amor para una poetisa que piensa más de lo que siente, y no te haces una idea de cuánto te recuerdo cada vez que debería concentrarme en algo más, más productivo que emocional. De verdad que no lo sabes, y me apena.
He estado a punto de tirar la brújula que me llevó de vuelta a Roma, porque tú no estabas allí, pero ¿qué culpa tendrá ella de romper mis ilusiones? Si su cristal ya no me desgarra la piel y la aguja sigue señalando tu ausencia. Ahora que duele más el silencio que el ruido, porque al menos en este último siempre pude distinguir tu voz. A decir verdad, mi pulso te sentiría acelerado en cualquier estadio lleno de ojos curiosos por la jugada, y yo por tu emoción. Cuánto echo de menos que me miraras sin quitarme el ojo de encima cuando yo me hacía la despistada, y en realidad me estaba enamorando.
¿Quién es impuntual en términos de amor? Debería tratarse de un corazón despistado, a quien un marcapasos podría redirigir por el camino de la cordura. Que he leído que los sentimientos derivan de la razón, y ahora tengo la excusa perfecta para explicarle a mi psicóloga por qué racionalizo mis sentimientos cuando me pones la cuerda floja en tensión. Porque ya no recuerdas el nombre de mi perra, y yo sigo tratando de olvidar todas aquellas veces que me rozaste y no te disculpaste después, porque querías y estabas dispuesto a seguir queriéndome.
Porque entre todas las muchedumbres del mundo, siempre podré vislumbrar tu figura por mucho que mengües en relevancia por el paso del tiempo y tu espalda se encorve, hacia un suelo que poco entiende de tu trascendencia al cielo. Y yo, que no soy sino un pobre demonio que atormenta mentes preciosas como la tuya, quise volar de tu mano a aquel paraíso donde ninguna tienda de Souvenirs me recordara que en todos los rincones del mundo, habiendo atravesado los siete mares, siempre querría regresar a casa -si eres tú mi hogar- para demostrarte con un simple regalo que nunca pude dejar de extrañarte por mucho que me divertí. Y que ahora que no estás, me desangro el alma por escribir.
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