Deseos que las fugaces no pueden cumplir





Lloré hasta que me dolió más la cabeza que el corazón. Bailé con otros el vals que siempre tarareabas. Sabes bien que la sucursal de mi corazón pendió del tuyo (y no te hablo de dependencia, porque los hilos rojos en esencia penden), y yo me prendí de la llama insaciable de un amor que no me pertenecía por ser de ti. Quizá esto explique que necesitara aferrarme a sinónimos por haber perdido la noción del significado al irte tú.

Ahora me preguntan bocas con dientes de más (pues nunca contaron con tu valentía en caída libre hacia abismos de mi ausencia) por aquel que llevo tatuado bajo la piel y, aun así, sigue destacando más que mis propias cicatrices. He de admitirlo: soy lo que él hizo de mí, soy su producto y, a la vez, lo que se dio y ya no se quita. Soy independiente en cuanto a la vida que propició la mía cuando yo no la quería. Ahora la quiero, y a su recuerdo, aunque a él lo desconozca en presente. No obstante, pretendo que nunca olvide que su lenguaje no verbal sigue diciéndome mucho más que esas palabras vacías de otros, que yacen en reminiscencia donde él será eternamente permanente. Porque ya no lo quiero tal y como es, pero siempre lo amaré tal y como fue. Porque no lo conozco ni deseo hacerlo, pero mi pasado siempre se encontrará enamorado del suyo; ajenos a quienes somos hoy, pero intrínsecos en alma. Mi bisabuela solía decir que vergüenza solo hay que tener para robar, y sigo preguntándome qué pensará de que fardes con mi corazón por lugares que yo nunca habría visitado conscientemente.

Y es que en mi defensa alegaré ante los discrepantes que sí, era un clavo ardiendo, pero era mi clavo. Y volvería a quemarme sin pensarlo.

Ahora lo entiendo: le pedí de deseo a una estrella fugaz que se quedara, al confundirla contigo.

Ojalá no vuelvas y brilles para siempre.





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