The Chariot




Me enamoré de ti como quien le echa una carrera al tiempo: sin esperanza alguna de ganar la partida. Te sonreí como si te trataras de todo foco de luz existente, y aposté por ti más monedas que las que han podido cobijar jamás todas las fuentes del mundo. Y, en este caso, quien habla de monedas, habla de sentimientos. Mi pequeño obsequio de la eterna primavera, todavía te veo cada vez que cierro los ojos. Sigues espantando las pesadillas cuando me visitas, y yo espantando a todo aquel que ose manchar tu nombre.

Me lavo la boca con jabón tras besar a otros, para que no lo notes y a pesar de que escueza en la herida (también, muy a mi pesar). Convertiste tus ojos en mi color favorito; tu voz, en esa melodía que no logro sacar de mi mente. Ahora lloran por mis poemas, y yo por ti; porque tú nunca me hiciste derramar lágrima alguna y, en respuesta, te perdí.

Mi segundo pequeño amor, fallé en no cuidarte mejor; en no tener la paciencia de regarte hasta que lograras florecer. Y yo que solo me había enamorado dos veces antes de ti, y ahora me has hecho dudar del anterior. Mi vida, me estás matando. Quemabas tanto que este frío me deja muda del dolor, cuando yo solo soñaba con confesarte que te quería. Que lo digo en pasado por miedo al rechazo, no por honestidad. Pues porque te quiero, y tú ya no lo sientes (no me sientes) igual.

Mis amores de escaparate nunca tendrán nada que envidiar a lo que me hiciste sentir. Por un momento, tú resucitaste a la niña; a mi niña, la que tiempo atrás vivió en mí. Y rompiendo con la tradición -con mi depresión-, la hiciste feliz.







Comentarios

Entradas populares de este blog

Recitando en la cuerda floja

Los latidos que contuve disimulando que me mirabas

Un sueño en la chistera