Venus (parte 2)





Te hice la carta astral y vi que teníamos las estrellas a nuestro favor desde el momento en que nacimos, y tú todavía no lo ves. Que el cielo nos quiso ver crecer juntos, y tú preferiste el desdén. Contábamos con cientos de sueños compartidos, con insomnio común (y solo junto al otro) y más argumentos para defender nuestras posturas que lengua para resolverlo en un beso. Y yo tuve más labia que ganas de besarte aquella última vez. Y puesto que hay cosas que no cambian nunca, quizá jamás lo llegues a saber.

Éramos Venus retrógrado, llegando tarde al amor como quien pisa una estación de tren cerrada años atrás. No solo dejamos pasar el viaje, sino que habíamos visto marcharse una vida juntos sosteniéndonos la mano (quizá por miedo a soltarnos y avanzar, por miedo a dejarnos ir del otro), y no importó en el momento lo que hoy dolerá para siempre. Dejamos ir nuestra oportunidad por rozarnos un rato más, y nos está costando la vida. La vida juntos. La felicidad.

Ahora, transito ese mismo Venus con diferentes amores, y los mira con recelo y tu pensamiento en mente. En esa vieja estación de tren, donde aún cuelga tu bandera, y destaca sobre todas esas banderas rojas que otros izan como barreras emocionales en mi corazón por el simple hecho de no ser tú. Y yo siempre vuelvo, pero nunca volví a ti. Y tú jamás regresas; nunca a ella, nunca a mí.

Lo confieso: te pienso 22 horas al día y las dos restantes considero olvidarte. Pero vuelve a amanecer, y la rutina comienza a sucederse sin que nosotros nos veamos envueltos juntos en ese bucle. Y yo no quiero romper ese ciclo si eres tú, porque yo jamás te haría daño. Y romper supone golpear, y nuestro amor nunca entendió la violencia de los giros bruscos a los que nos condenó la vida. Por eso ahora se chupa el dedo, y yo le regaño, diciendo: "a papá no le gustaría". Pero la condicional resulta de que no vas a volver. Y ese amor que crié como si de un niño se tratara lo sabe cuando, tras la advertencia, vuelve a cojear del mismo pie.





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