A medias
Te quise a medio corazón para poder sobrevivir al día en que te fueras, porque desde el principio supe que lo harías. Te quise tanto que jamás lo habrías entendido si lo hubiera expresado con palabras, porque ni siquiera yo habría sido capaz de hacerlo. Y te quise bien, no solo porque ya había aprendido de mis errores anteriores en el amor, sino también porque te quise feliz incluso cuando aquello me perjudicara a mí. De una forma tan pura, que en un futuro rezarán cánticos a lo que sintió mi alma al vibrar junto a la tuya. Y me encargué de sembrar en tus ilusiones flores que otras recogerán (muy a mi pesar), de contar cuentos a tus miedos para que descansaran en paz, y para siempre; de contarles cuentos por si se contagiaban de su vertiente irreal, y también estos dejaban de existir.
Ahora solo soy la triste mitad que dejaste. Y tiemblo cuando otros medios que no son los tuyos quieren hacerme sentir completa, sin llegar a complementarme. Soy esa mitad que perdiste un sábado noche y necesitabas recuperar en otros labios que no te mintieran tan mal. Porque nuestro amor fue uno de esos cuya pretensión es reconstruirse, y no mutar. Y porque ahora que algo me falta, habré de arrebatárselo al próximo amor de transición, que pagará las deudas que siguen inscritas a tu nombre por si antes de que eso suceda decides volver. Pero no me autocompadezco, ni te presiono para que lo hagas. Porque soy la mitad que nunca necesitó de otros, ni tan siquiera de sí misma. Y soy la luciérnaga que brilló a plena luz del día, por si así no necesitaban atraparla y podía seguir volando libre en busca de nuevas sensaciones. Soy la libertad que se autocondena cuando ama. Y el pecador que se libera cuando se perdona.
Soy tanto que nunca habría cabido en tu mundo, a pesar de que hubiera intentado hacerme pequeña y amoldarme a tus sencillas exigencias. Y doy tanto que ningún ingrato habría sido capaz de aceptarlo realmente. Porque soy la estrella fugaz a la que vas a desear que me quede cuando ya me haya ido (para que lo recuerdes si te guiña en parpadeo antes de desaparecer), y sientas lo que una vez sentí yo por otros a los que no quise ni la mitad (de bien). También pude haber sido tu cielo cada noche, por si necesitabas mirar más allá de tus inquietudes. Pero el sol nunca habría podido sostener la mirada a la luna, sin antes salir despedido. Y tú significaste eso para mí.
¿Sabes qué? Te has convertido en el final de una historia que nunca te hizo bien, y yo era demasiada moraleja para alguien que jamás habría querido aprender. Demasiada chispa para alguien que no osaba prenderse a sí mismo en fuego, ni tan siquiera por amor. Porque la quemazón habría sido instantánea, pero la cobardía es una cadena perpetua para el que no se permite amar desde el corazón, y sigue forzándose a escoger lo que quiere, como si los sentimientos se pensaran.
Porque, un día, yo fui tú. Y por ello, te escribo desde el cariño que solo puede derivar de la comprensión; desde el remordimiento que siempre resta donde un día hubo amor.
Comentarios
Publicar un comentario